
por Tomás Trape
Río Grande es una ciudad soviética en el mejor sentido. Frío, trabajo industrial y corazones calientes nos recibieron en esta incursión al fin del mundo. Estepa y mar: ese es el paisaje predominante. Quienes saben, dicen que se asemeja mucho al que uno encuentra al llegar a Malvinas. Tiene sentido, las islas están unidas al continente por una misma plataforma submarina, uno de los argumentos que respalda el reclamo argentino de soberanía.
Pero, ¿dónde estuvimos exactamente? La cartografía indica que Tierra del Fuego es el centro del país y su provincia más extensa. Hace 15 años, la ley 26.651 estableció la obligatoriedad de utilizar el mapa bicontinental argentino en todos los niveles del sistema educativo y en la exhibición pública de organismos estatales. La iniciativa tiene un antecedente en 1946, cuando bajo la presidencia de Juan Domingo Perón se prohibió publicar mapas que omitieran la totalidad del territorio nacional.
Hasta ese entonces, los mapas de uso común minimizaban la extensión de la Argentina, con una pobre valoración de los territorios antárticos y una mala representacion de su lugar en el mundo.
Nunca está de más recordarlo: Argentina tiene una extensión de 2.780.400 kilómetros cuadrados, lo que la convierte en el octavo país más grande del mundo. Es el segundo en América del Sur, después de Brasil, y representa el 20% de la superficie continental. Para dimensionarlo mejor: nuestro país es más grande que toda Europa Occidental combinada, cuya superficie ronda los 2.500.000 km². Revalorizar el territorio nacional en toda su magnitud no solo permite pensar en su riqueza, sino también en su proyección al Atlántico Sur y a la Antártida.
Desde el norte y guiados por ese mapa, llegamos a la ciudad más poblada de la Isla de Tierra del Fuego. Río Grande es un crisol de argentinidad. Generaciones de migrantes de todo el país poblaron sus fábricas, construyeron casas y formaron familias. Hasta no hace mucho, nadie era de ahí. Hoy, todos lo son, porque comparten un destino común. Cuesta pensar en un acento riograndense, sino en su escala de tonos de diversa procedencia, que se entremezclan y fundan algo nuevo sobre la estepa fueguina.
A partir del régimen fiscal y aduanero especial sancionado en 1972 (Ley 19.640), Tierra del Fuego vivió desde los años 80 un boom poblacional. La isla multiplicó casi por catorce su población. Antes de esa ley, toda la provincia tenía apenas 14.000 habitantes, menos de un pueblo y medio. Hoy, según el censo de 2022, Río Grande alberga 99.241 personas, Ushuaia 80.371, y el total provincial asciende a 185.732.
Una vez más: gobernar es poblar. En el libro “Ciudad de la Soberanía: Río Grande”, Deluca y Kaishi, citados por Juan Rattenbach, explican que “a 50 años del nacimiento de la Ley 19.640, efectivamente el objetivo principal de la promoción industrial como instrumento de ejercicio de soberanía se ha ido cumpliendo. El poblamiento argentino fue exitoso para la Isla Grande de Tierra del Fuego, que conforma el AAE: entre 1970 y 2010, la población en Tierra del Fuego se multiplicó diez veces, cuando la población a nivel nacional no llegó ni a duplicarse para ese mismo período. Se verificó también un cambio en la composición de la población que habita la Isla Grande por país de origen: mientras en 1970, cuatro de cada 10 habitantes eran extranjeros, en 2010 esa representación era solo 1 de cada 10”.
Paradójicamente, lo que fuera un lugar inhóspito,de tierra árida azotada por el frío del Atlántico Sur, se transforma en un refugio bajo el calor del trabajo fabril. Aunque sus paisajes gritan silencio junto al viento, son los pueblos los que convierten a este rincón austral en un espacio lleno de vida y proyectos. Florece lo humano en la capacidad de hacer de cualquier lugar, por lejano o austero que sea, un hogar. Así, lo que parecía inhóspito se torna, al fin, en un lugar ‘hospito’ y pujante donde la gente siempre parece estar llegando.
El valor geopolítico de Río Grande no ha hecho más que aumentar con el paso del tiempo. Antes de la guerra, Gran Bretaña ocupaba apenas tres millas náuticas. Actualmente controla 200. Es decir, un cuarto del territorio nacional total y más de un tercio del insular y marítimo. ¿A quién le conviene una provincia despoblada, sin desarrollo ni proyección? ¿Qué está verdaderamente en juego en el sur argentino? Por su ubicación estratégica —y mientras se guarda la construcción de un puerto marítimo multipropósito que alivia la carga del puerto de Ushuaia— Río Grande se perfila como una pieza clave para la logística antártica, el desarrollo industrial y el control del Atlántico Sur. También como plataforma para el acceso a recursos naturales de valor creciente. Pero su relevancia no termina ahí. Hace treinta años, nació en sus costas un ritual: la vigilia.
Así como las Madres de Plaza de Mayo caminaron en ronda reclamando por sus hijos, los veteranos de Malvinas comenzaron a reunirse alrededor del fuego para enfrentar el olvido y los males de posguerra. La primera vigilia fue espontánea. Con los años, creció y se consolidó hasta volverse masiva. Desde 2013, Río Grande es Capital Nacional de la Vigilia por la Gesta de Malvinas. Cada 1º de abril, la ciudad celebra una ceremonia que comienza con una misa de campaña en la Carpa de la Dignidad, sigue con el encendido de antorchas por cada año transcurrido desde el conflicto, y culmina con la recreación de la “Operación Rosario” a cargo del Batallón de Infantería de Marina Nº 5.
La ciudad que vive la causa Malvinas como ninguna otra se reúne cada año de cara al mar, mirando hacia las islas. El acto desborda el Monumento “Héroes de Malvinas”, levantado en honor a los caídos.
El compromiso y el sentimiento de los riograndenses con la cuestión Malvinas no es para nada casual. Se trata del punto del territorio continental argentino más cercano a las islas, a 576,61 kilómetros del archipiélago ocupado por el Reino Unido desde 1833. Esa cercanía hizo que el Destacamento Naval local tuviera un rol estratégico durante la guerra. Mientras Charly García cantaba “No bombardeen Buenos Aires”, lo cierto es que los planes británicos sólo incluían como objetivo la ciudad desde la cual despegaron los aviones argentinos. En Río Grande se cavaron trincheras, se construyeron búnkeres, y se vivió la guerra en carne propia.
El momento cúlmine de la vigilia es el toque de sirena justo antes de la medianoche. Ese sonido marca el apagón total de la ciudad y nos transporta, en un instante suspendido en el tiempo, al 2 de abril de 1982. La comunidad entera, reunida en un silencio reverente, lo espera como quien espera una verdad que no se olvida. Viajar a Río Grande no es solo un acto simbólico o un desplazamiento físico: es una vivencia que ensancha el alma.
Permite dimensionar no sólo la vastedad de nuestro país, sino también las causas que lo consagran. Para eso existen los rituales: para encontrarnos, para comprendernos, para no perdernos. Como en la vigilia, cada gesto transmitido entre generaciones guarda un propósito que deja huella. A través de ellos no solo honramos el pasado: también abrazamos una herencia viva que nos transforma. No se trata de adorar cenizas, sino de avivar el fuego que ilumina el porvenir, justo ahí, en el sur profundo, donde siguen esperando las Malvinas.