23/04/2025 - Edición Nº806

Internacionales

El adiós a un líder que desbordó los márgenes

Murió Francisco, el Papa argentino que cambió el Vaticano y desafió al mundo

21/04/2025 | El primer Papa latinoamericano y jesuita. Líder espiritual, reformador incansable y actor político global, su figura trascendió fronteras y dejó una huella indeleble en la historia del siglo XXI.



El papa Francisco murió este lunes a los 88 años, según confirmó el Vaticano en un comunicado oficial leído por el cardenal Kevin Joseph Farrell, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia. El deceso se produjo a las 7:35 de la mañana (05:35 GMT), apenas un día después de que el pontífice hiciera una última aparición pública desde el balcón de la basílica de San Pedro, durante la celebración de Pascua. “Con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia”, expresó Farrell desde la Casa Santa Marta. Francisco había sido dado de alta el pasado 23 de marzo, tras una prolongada hospitalización de 38 días por una neumonía grave que comprometió seriamente su salud. Según fuentes vaticanas, en el último año había atravesado al menos dos episodios críticos. La Pascua de 2025 se convirtió así en su despedida pública, con una bendición final que hoy adquiere un valor histórico y profundamente simbólico.

Cuando el 13 de marzo de 2013 apareció en el balcón de San Pedro un hombre de expresión serena y acento rioplatense, no fue sólo el inicio de un nuevo pontificado: fue el comienzo de una era distinta. Jorge Mario Bergoglio, jesuita, argentino, hijo de inmigrantes italianos, llegaba al trono de Pedro como el primer Papa nacido en América Latina y el primero en elegir el nombre de Francisco. Su presencia en el corazón del Vaticano, vestido de blanco pero sin oropeles, sin capa, sin cadenas de oro, fue en sí misma una declaración de principios. Venía del “fin del mundo”, pero hablaba con el centro del mundo. Y ese contraste lo acompañaría hasta el final.

Su elección fue un gesto de ruptura, un llamado a la periferia en todos los sentidos. Francisco no fue sólo el 266° Papa de la Iglesia Católica: fue un jefe de Estado, un reformador, un símbolo, un líder espiritual en tiempos de escepticismo global. Y también, quizás más que nada, un hombre profundamente humano, que enfrentó las complejidades de su tiempo con el Evangelio en una mano y la realidad del mundo en la otra.

Durante su pontificado, el Vaticano volvió a ocupar un rol protagónico en la escena internacional. Francisco hizo de la diplomacia un arte pastoral. Su acción fue clave en procesos de reconciliación como el histórico restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Fue también mediador silencioso en conflictos en Medio Oriente, en África y en la guerra en Ucrania. La Santa Sede volvió a hablar con voz propia, no sólo como autoridad moral, sino como agente activo en la búsqueda de soluciones políticas, con una claridad que a veces incomodaba a las cancillerías del mundo.

En el plano global, su encíclica Laudato Si’ marcó un antes y un después. Con una mirada profundamente ecológica, cuestionó el modelo de desarrollo, el consumo desenfrenado y la desigualdad estructural. Alertó sobre el “grito de la tierra y el grito de los pobres”, vinculando crisis ambiental y crisis social como ninguna otra figura internacional lo había hecho. Fue citado en conferencias del G20, discutido en la ONU, celebrado por científicos y movimientos sociales por igual. Francisco puso a la Iglesia a la altura de los desafíos del siglo XXI.

Pero quizás su revolución más profunda fue interna. En una Iglesia sacudida por escándalos, silencios y estructuras anquilosadas, él impulsó una transformación lenta, pero firme. Luchó contra la corrupción en la Curia Romana, enfrentó los crímenes de abuso sexual con una voluntad inédita, pidió perdón en nombre de la institución, escuchó a las víctimas. Abrió debates que parecían tabúes: el celibato opcional, el rol de la mujer, la acogida a personas LGBTQ+. Promovió una sinodalidad que apuntaba a democratizar las decisiones. Habló de misericordia cuando otros pedían condena. Y todo eso, con una sonrisa calma que escondía una voluntad férrea.

Francisco fue, al mismo tiempo, un Papa profundamente político y radicalmente evangélico. Su lenguaje llano, sus metáforas tomadas de la calle, su modo de mirar a los ojos a quienes nadie miraba, lo convirtieron en un líder distinto. Hablaba de economía con los pobres, de paz con los poderosos, de fe con los ateos. No dudaba en llamar “hipócritas” a quienes oprimían en nombre de la ley. No le temblaba la voz al decir que “esta economía mata”. Su pensamiento no entraba en las coordenadas tradicionales de derecha o izquierda: respondía a una ética anterior a todas las ideologías.

Su muerte deja un vacío enorme en la Iglesia y en el mundo. Pero también un legado inmenso. Francisco fue, ante todo, el Papa de los gestos. Aquel que lavó los pies a los presos, que abrazó a los sin techo, que lloró con las víctimas de guerra. El que, en plena pandemia, caminó solo por la Plaza San Pedro bajo la lluvia, en un silencio que conmovió al planeta. Aquel que nunca dejó de hablar con los más pobres de la Argentina, aunque jamás volviera físicamente a su país. Aquel que no olvidó de dónde venía, ni quién era.

Para los argentinos, su figura fue muchas veces campo de disputa. A veces venerado, otras cuestionado, incluso usado políticamente por unos y por otros. Pero siempre, siempre, estuvo presente. Su tono porteño en las homilías, su manera de cruzar los brazos, su devoción por San José y la Virgen de Luján, fueron guiños constantes a su tierra natal. Argentina le dio al mundo un Papa, y el mundo lo reconoció como una de las voces más influyentes de la era moderna.

Hoy, cuando suena la campana de San Pedro y los fieles lloran en silencio en la plaza, se va mucho más que un pontífice. Se va un pastor que caminó con su pueblo. Un reformador que creyó en la ternura como arma política. Un argentino que puso a América Latina en el centro de la historia. Pero también queda su mensaje, su estilo, su coraje. Porque Francisco no fue un Papa para los libros de historia: fue un Papa para el tiempo que vivimos. Y su huella, tan humana como eterna, seguirá marcando el camino.