
El 28 de febrero, el Papa sufrió el primer momento crítico: broncoespasmo y neumonía que agravó su delicada neumonía bilateral. Según su cirujano, Sergio Alfieri, el equipo médico estuvo a punto de rendirse. En ese momento, las lágrimas fueron visibles en los ojos de quienes acompañaban al Papa, mostrando el profundo cariño y preocupación que sentían por él. “Todos sabíamos que la situación había empeorado aún más y que existía el riesgo de que no lo lográramos”, explicó Alfieri.
Frente a la gravedad de la situación, el equipo médico del Papa se enfrentó a una decisión crítica. ¿Deberían detener los tratamientos y dejarlo ir en paz, o continuar con una terapia que ponía en riesgo otros órganos? Fue el médico personal de Francisco, Massimiliano Strappetti, quien tomó la decisión de seguir adelante: “Inténtalo todo, no te rindas”, recordó Alfieri.
El 3 de marzo, cuando parecía que el Papa estaba fuera de peligro, una nueva crisis lo puso al borde de la muerte. Tras un episodio de vómito, Francisco aspiró accidentalmente contenido gástrico, lo que provocó dos episodios de insuficiencia respiratoria aguda y un nuevo broncoespasmo. La situación fue tan crítica que el equipo médico pensó que no lo lograrían.
A pesar de las circunstancias, Francisco nunca perdió su lucidez ni su característico buen humor. Cuando recuperó fuerzas, pidió recorrer la sala en silla de ruedas y hasta compartió pizza con sus colaboradores. “Sigo vivo, ¿cuándo nos vamos a casa?”, bromeó tras sentirse fuera de peligro, demostrando una vez más su ironía ante la adversidad.
De regreso en el Vaticano, el Papa sigue con una recuperación cautelosa, evitando multitudes y contacto con niños para prevenir nuevas infecciones. Según su médico, el Papa siempre mostró un gran sentido de responsabilidad: “Conversamos y prometimos no desperdiciar el esfuerzo que habíamos realizado”. Sin embargo, como reconoce Alfieri, “pero él es el Papa, no somos nosotros los que podemos dictar el comportamiento”.