
Como todos los Jueves Santo, el Papa Francisco visitó una cárcel. Pese a su deteriorado estado de salud, el santo padre cumplió con una tradición que repitió a lo largo de su pontificado: recorrió la cárcel romana Renina Coeli y mantuvo un encuentro con 70 presos.
En Argentina, Francisco tenía como costumbre visitar las cárceles. En el penal federal de Devoto, por ejemplo, los presos festejaron frente a un televisor cuando fue elegido Papa en 2013. “Los pibes lloraban cuando lo vieron en la televisión porque Bergoglio para los presos era alguien cercano. Estuvo en sus barrios, en sus parroquias, recibió a sus familias. Para alguien que está en este lugar es importante saber que hay alguien que te quiere”, explicaba en aquellos días Mariano Tello, capellán de la Unidad Penal de Devoto.
Francisco visitó el penal de CABA varias veces. Entraba como cualquier visitante: hacía los controles, saludaba uno por uno y compartía el mate como si estuviera en la esquina del barrio. En 2007 bendijo la capilla y les dijo a los presos: "Ustedes son hijos de Dios y los invito a serlo para siempre”.
En otra de sus visitas, en Navidad de 2006, llegó de sorpresa y celebró una misa. Un preso le preguntó: “¿Cómo hay que llamarlo? ¿Obispo o cardenal?”, y Bergoglio respondió: “Ni obispo ni cardenal. Llamame padre, como le decís al cura de la cárcel”.
Esa cercanía con los más necesitados no cambió con la mitra blanca. Ya como Papa, Francisco lavó los pies de jóvenes detenidos en una cárcel de menores en Roma durante un Jueves Santo, repitiendo lo que había hecho tantas veces en Buenos Aires. Para él, las celdas no eran fronteras espirituales: eran estaciones del camino de Jesús.
En el año 2017, envió un mensaje a los presos de Ezeiza, en ocasión de inaugurarse una actividad de formación musical. Allí el Papa les dijo: "Los internos están pagando una pena por un error cometido. Pero no olvidemos que para que la pena sea fecunda debe tener un horizonte de esperanza. De lo contrario, queda encerrada en sí misma y es solamente un instrumento de tortura; no es fecunda".
En mayo del año pasado, el Papa Francisco conoció la penitenciaría de Montorio, en Verona. Ese día dejó en claro su sentimiento: “Para mí, entrar en un centro penitenciario es siempre un momento importante, porque la prisión es un lugar de gran humanidad”, le dijo a los internos, “una humanidad puesta a prueba, a veces agotada por las dificultades, los sentimientos de culpa, los juicios, los malentendidos y sufrimiento, pero al mismo tiempo lleno de fuerza, de deseo de perdón, de deseo de redención”.
“Y en esta humanidad, aquí, en todos ustedes, en todos nosotros, está hoy presente el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y del perdón”.
En aquella ocasión instó a las autoridades a mejorar las condiciones de alojamiento, una problemática histórica en los penales de nuestro país. “Renuevo mi llamamiento, especialmente a quienes puedan actuar en este contexto, a seguir trabajando para mejorar la vida carcelaria”.
LN