
por Octavio Majul
Si aún algunos tenemos esperanza de que el mundo no se convierta, en su totalidad, en un frío y riguroso montón de ansiedades organizadas en función de alguna productividad sin descanso, necesitamos una defensa de lo latino. Si creemos que hay tiempos valiosos, como los que pasa uno con los amigos o la familia, que no necesariamente son productivos económicamente, necesitamos una defensa de lo latino. Con la muerte del Papa Francisco, el siglo XXI pierde a uno de los pocos poderes que tensaban la lógica moderna protestante de rechazar la carne al servicio de una productividad ciega.
Que un argentino, que un latinoamericáno, haya dirigido un poder civilizatorio tan enorme como la Iglesia Católica Romana es algo que solo es comprensible desde el punto de vista histórico universal. Desde la propia historia occidental y la historia de la tierra y no desde las pequeñeces pseudo incendiarias que todos los días nos obligan a posicionarnos vehementemente. Solo desde esta visión histórica universal, que sitúa al Papa Francisco como un actor en una larga historia de luchas entre modos de vida y civilizaciones, puede comprenderse en qué medida Argentina fue, es, puede y debe ser la vanguardia de la latinidad en el mundo o cuánto menos en occidente. Un occidente que hoy está en crisis.
Situémonos, rapidísimo, en 1905 cuando Max Weber publicó La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En ese texto, Weber buscaba mostrar las limitaciones de un enfoque marxista que suponía que la mentalidad capitalista de un trabajador o empresario, sus ganas de esforzarse al máximo para obtener más ganancias, surgían como consecuencia directa de instaurar relaciones económicas puramente capitalistas.
Es decir que si el salario pasara de ser fijos a por productividad, los trabajadores encontrarían estímulos para desarrollar una mentalidad productivista. Pero Weber advierte que mientras los trabajadores ingleses y algunos alemanes inmediatamente toman provecho de este nuevo sistema de producción para así obtener más, los trabajadores italianos elijen hacer en menos tiempo lo mismo que ganaban antes. La mentalidad capitalista no aparecía en los trabajadores italianos como en los ingleses. De allí finalmente el vínculo entre la ética protestante y la mentalidad capitalista.
Es que el estilo de vida sajón es un estilo riguroso, ascético. A diferencia de los católicos, los protestantes no creen en las instituciones que median entre la palabra de Dios y sus creyentes. Es tan grande la corrupción del mundo que no hay humano al que se le pueda creer. Por eso cada uno debe enfocarse en sí mismo y regular sus conductas al máximo. No hay confesión. No hay comunión. No hay indicios de la palabra de Dios. Un mundo sin instancias comunitarias se impone así. Donde el sálvese quien pueda reina. Un mundo hostil, de luchas e imposiciones, donde los salvados permanecen y los condenados quedan relegados.
Pero los humanos no solo hacemos. La hiper actividad contemporánea es la maximización de la idea protestante de que la angustia se tapa con acciones. Frente a eso, vale recordar la respuesta latina a la angustia: el encuentro, la comunidad. Sí hay indicios de la palabra de Dios y este mundo vale la pena ser vivido. El estilo de vida no necesita ser tan riguroso. La vía latina incluye la relajación. La salvación no es individual. El hombre no necesita taparse de acciones para superar la angustia. Debe confiar en sus hermanos. Apoyarse en ellos.
La amistad es un valor típicamente latino. Moneda que no tiene tipo de cambio, ni blue ni MEP, en otras latitudes más cooptadas por la lógica capitalista protestante de la productividad. La empresa latina, como lo demuestra el Quijote en su máxima expresión, es la aventura. Al Quijote y Sancho Panza no se les puede acusar ni de falta de decisión ni de falta de esfuerzo. De lo que se les acusa es que sus objetivos no existen. O son delirantes. O productos de la fantasía. La aventura y el compañerismo son los valores de la empresa latina. Quijote y Sancho Panza no es que no trabajan, simplemente no la ven. O la ven mal.
¿Quién defenderá lo latino en este siglo? ¿Cómo resguardar un halo de humanidad en un mundo cada vez más mecanizado? ¿Es tan imposible pensar una alianza entre países como Argentina, Italia, España, Francia y Portugal siendo que todos coinciden en insistir en formas de vida más relajadas que la estadounidense? ¿Cuáles serán los agrupamientos humanos de los grandes espacios políticos del siglo XXI?