
El Vaticano atraviesa un momento de profunda transición tras la muerte del papa Francisco el pasado lunes 21 de abril. El pontífice argentino, de 88 años, falleció en su residencia de Santa Marta luego de enfrentar un deterioro progresivo de su salud. Ahora, en medio del dolor colectivo, la Santa Sede inicia los ritos funerarios que marcarán el fin de una era, al tiempo que activa los mecanismos para elegir al próximo líder de la Iglesia Católica.
La despedida del papa Francisco fue sencilla, como él mismo había pedido. Su ataúd, sin adornos ni estructuras elevadas, fue llevado a la Basílica de San Pedro, donde estará en capilla ardiente hasta el viernes. Miles de personas ya se acercaron para despedirse con oraciones, lágrimas y mucho respeto.
El funeral está previsto para el sábado 26 de abril a las 10:00 horas en la Plaza de San Pedro, y se espera la presencia de importantes figuras internacionales. Líderes como Donald Trump, Volodímir Zelenski, Emmanuel Macron, Lula da Silva y los Reyes de España confirmaron su asistencia. Según su voluntad, Francisco será enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, junto al icónico mosaico bizantino 'Salus Populi Romani'.
Con la Sede Vacante declarada, comienza la cuenta regresiva para el cónclave que definirá al próximo papa. La normativa canónica establece que debe convocarse entre 15 y 20 días después del fallecimiento, aunque podría adelantarse si todos los cardenales electores están presentes. Son 135 los cardenales menores de 80 años habilitados para votar, y se requerirá una mayoría de dos tercios para proclamar al nuevo pontífice.
Antes de las votaciones en la Capilla Sixtina, se celebrarán las Congregaciones Generales: reuniones en las que los purpurados discutirán el estado de la Iglesia y los desafíos que enfrenta. El perfil del sucesor será clave. Francisco deja una Iglesia tensionada entre sectores conservadores y progresistas, pero también un legado de apertura, reformas en la Curia y firmeza frente a los abusos clericales.
El próximo papa no solo deberá continuar la modernización iniciada por Bergoglio, sino también atender las crecientes demandas del mundo católico: desde el rol de las mujeres en la Iglesia hasta el diálogo con otras religiones, pasando por la posición frente a las guerras y las migraciones. La fumata blanca, cuando llegue, no marcará solo una elección, sino también una dirección. Una brújula en tiempos inciertos para la mayor comunidad religiosa del planeta.